domingo, 10 de febrero de 2013

Día del árbol.



A la ONU hace tiempo se le ocurrió la brillante idea de dedicar cada día del año a conmemorar algo, por ejemplo poniéndonos todos de pie a una hora del día para protestar contra el hambre en el mundo. Eso es como lo del día del árbol: un día al año para plantarlos y 364 para talarlos o quemarlos. Así nos va luego cuando llueve a cántaros.
Cada día es el día de algo. Antes era San Bruno, San Antonio, ahora es el día de la mujer trabajadora, el del SIDA, el día sin coches... Los noticiarios han cambiado de santoral, pero lo recitan lo mismo, teniendo así una excusa para hablar de todos esos actos testimoniales, y seguramente bienintencionados, que no sirven, creo yo, para casi nada. Tú firma, firma, que los islandeses, noruegos y japoneses, tan civilizados ellos, seguirán pescando ballenas con el fin científico de comérselas o convertirlas en aceite. Y no acaba aquí la cosa, porque estos nipones tan educados necesitan toneladas de atún rojo del Mediterráneo para su sushi. Por no hablar de la miseria que reciben los productores de café o cacao, mientras a usted ya le cobran 1’20 euros en la cafetería de la esquina, o qué decir de lo que se resisten las grandes multinacionales farmacéuticas a permitir el uso de medicamentos genéricos para combatir el SIDA, o de lo poco que se invierte en luchar contra la malaria y lo mucho en luchar contra la gordura; en suma, como tantas otras cosas que hacen que el mundo esté hecho unos zorros por culpa de unos pocos.
A esos pocos les tienen sin cuidado sus gestos testimoniales, así que no se canse, opte por colaborar con una ONG, al menos ellas consiguen paliar los desastres más sangrantes del sistema. Y, si no, apoye los movimientos que combaten el pensamiento único neoliberal. Los movimientos antiglobalización no son necesariamente un grupo de violentos ni de descerebrados, por mucho que se empeñen las grandes agencias “informativas”. Las protestas, los actos de boicot a ciertos productos o multinacionales, la exigencia a nuestros gobernantes de que se dejen ya de palabras y pasen a la acción han de ser más contundentes. ¡Si hasta economistas de renombre plantearon hace tiempo medidas “revolucionarias” dentro de la más estricta ortodoxia capitalista!, por ejemplo la tasa Tobin. Hay que hacer algo más que ponerse de pie.


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